
Espectáculos
No para de llenar teatros. Mujeres de todas las edades lo adoran. El ex Nochero acaba de sacar su tercer disco solista y está cada vez más sólido. Habla de la relación con su vieja banda y con las mujeres, de su música y del desgaste por tanto show. De su infancia pobre y de las diferencias entre rock y folclore. Jorge Rojas a fondo.
Gaspar Zimerman
gzimerman@clarin.com
En el teatro Opera flotan jirones de las vacaciones de invierno: los carteles todavía anuncian a Lazy Town y al dinosaurio Barney, y en el piso se acumulan papeles de golosinas y restos de escenografía. Entre el desorden, de pie, acodado sobre un mostrador, Jorge Rojas prepara los detalles de sus recitales con un par de colaboradores. Afuera, las mujeres caminan por Corrientes ignorantes de que, vidrio mediante, está ese salteño objeto del deseo. ¿Qué ocurriría si lo vieran? Es probable que poco y nada: capaz de arrancar aullidos desde arriba del escenario, abajo Rojas podría pasar inadvertido, por más que porte casi el mismo look de sus conciertos: remera neutra, jeans gastados, botas discretas, campera de cuero, arito, barbita de tres días, peinado de raya al medio a lo Joaquín Galán. Con su decir suave, apenas habla ratifica que no es el mismo ante el grabador que ante un micrófono: "Repaso mi vida -murmura- y pienso que lo que me está pasando es increíble".
Cuando dice "mi vida" se refiere, por ejemplo, a la infancia en el Chaco salteño, en el paraje Marca Borrada, donde la única casa era el rancho de sus padres. "Queda en el municipio de Santa Victoria, que hasta hoy es de los más castigados del país por la pobreza. Yo iba, a pie o en bicicleta, a una escuela que quedaba a 16 kilómetros. Mis compañeros eran aborígenes de las 25 comunidades que hay en la zona. Salir de allá y encontrarme con teatros llenos y gente que me pide autógrafos todavía me resulta raro. Yo hice todo de corazón, pero como jugando: no sé cómo llegué hasta acá".
¿Cómo saltaste de ahí a Los Nocheros?
Cuando cumplí 12 me fui a hacer la secundaria a Tartagal. Estuve en un albergue para chicos del campo hasta los 15. Después me fui a Salta, ya con la ilusión de terminar el secundario y trabajar para vivir. Y me presenté con mi guitarra en las peñas: cantaba los fines de semana, vestido con mi trajecito de gaucho. Así terminé la escuela y conocí a Los Nocheros, que actuaban en la peña Gauchos de Güemes. A los 18 me convocaron para reemplazar a uno que se iba. Cuando entré, ellos decidieron intentar algo más, y nos vinimos a Buenos Aires. Empezamos a cantar en el Sonckoy, la peña de Cuti y Roberto Carabajal, que estaba en un sótano en Corrientes y Montevideo. Además, ellos nos llevaban de gira como teloneros. Ahí empezó esta historia: entre un festival y otro, pasaron doce años de canciones y discos y más de 2.500 shows con Los Nocheros.
A más de dos años de haberte ido del grupo, ¿cuál es tu relación con ellos?
Con Rubén (Ehizaguirre) hablo siempre: pudimos separar el proyecto musical de lo que éramos como amigos. Con Kike y Mario (Teruel) no hablamos casi nada.
No para de llenar teatros. Mujeres de todas las edades lo adoran. El ex Nochero acaba de sacar su tercer disco solista y está cada vez más sólido. Habla de la relación con su vieja banda y con las mujeres, de su música y del desgaste por tanto show. De su infancia pobre y de las diferencias entre rock y folclore. Jorge Rojas a fondo.
Gaspar Zimerman
gzimerman@clarin.com
En el teatro Opera flotan jirones de las vacaciones de invierno: los carteles todavía anuncian a Lazy Town y al dinosaurio Barney, y en el piso se acumulan papeles de golosinas y restos de escenografía. Entre el desorden, de pie, acodado sobre un mostrador, Jorge Rojas prepara los detalles de sus recitales con un par de colaboradores. Afuera, las mujeres caminan por Corrientes ignorantes de que, vidrio mediante, está ese salteño objeto del deseo. ¿Qué ocurriría si lo vieran? Es probable que poco y nada: capaz de arrancar aullidos desde arriba del escenario, abajo Rojas podría pasar inadvertido, por más que porte casi el mismo look de sus conciertos: remera neutra, jeans gastados, botas discretas, campera de cuero, arito, barbita de tres días, peinado de raya al medio a lo Joaquín Galán. Con su decir suave, apenas habla ratifica que no es el mismo ante el grabador que ante un micrófono: "Repaso mi vida -murmura- y pienso que lo que me está pasando es increíble".
Cuando dice "mi vida" se refiere, por ejemplo, a la infancia en el Chaco salteño, en el paraje Marca Borrada, donde la única casa era el rancho de sus padres. "Queda en el municipio de Santa Victoria, que hasta hoy es de los más castigados del país por la pobreza. Yo iba, a pie o en bicicleta, a una escuela que quedaba a 16 kilómetros. Mis compañeros eran aborígenes de las 25 comunidades que hay en la zona. Salir de allá y encontrarme con teatros llenos y gente que me pide autógrafos todavía me resulta raro. Yo hice todo de corazón, pero como jugando: no sé cómo llegué hasta acá".
¿Cómo saltaste de ahí a Los Nocheros?
Cuando cumplí 12 me fui a hacer la secundaria a Tartagal. Estuve en un albergue para chicos del campo hasta los 15. Después me fui a Salta, ya con la ilusión de terminar el secundario y trabajar para vivir. Y me presenté con mi guitarra en las peñas: cantaba los fines de semana, vestido con mi trajecito de gaucho. Así terminé la escuela y conocí a Los Nocheros, que actuaban en la peña Gauchos de Güemes. A los 18 me convocaron para reemplazar a uno que se iba. Cuando entré, ellos decidieron intentar algo más, y nos vinimos a Buenos Aires. Empezamos a cantar en el Sonckoy, la peña de Cuti y Roberto Carabajal, que estaba en un sótano en Corrientes y Montevideo. Además, ellos nos llevaban de gira como teloneros. Ahí empezó esta historia: entre un festival y otro, pasaron doce años de canciones y discos y más de 2.500 shows con Los Nocheros.
A más de dos años de haberte ido del grupo, ¿cuál es tu relación con ellos?
Con Rubén (Ehizaguirre) hablo siempre: pudimos separar el proyecto musical de lo que éramos como amigos. Con Kike y Mario (Teruel) no hablamos casi nada.
¿Podrá reanudarse el vínculo?
No lo sé. El tiempo a veces te ayuda a curar las heridas. Yo no les guardo ningún rencor: confío en que alguna vez podamos sentarnos, conversar y reírnos un rato de todo lo que nos sucedió.
¿Qué balance hacés de este tiempo como solista?
Mi primer disco, La vida, fue de transición. Luego apareció el disco en vivo; este, Jorge Rojas, es el más personal. Siento orgullo de haber sido parte de uno de los grupos más queridos de nuestra música; di un paso al costado por una necesidad interna de vida, pero seguí con el mismo espíritu de siempre. Crecí con Los Nocheros y eso está en mi esqueleto.
¿Pensaste que ibas a tener tanto éxito comercial tan rápidamente?
Creía que tenía que empezar de nuevo, porque nunca me habían escuchado cantar solo. Pero a los cinco meses ya se habían superado mis expectativas.
Una vez dijiste que la vida de los folcloristas es corta, porque terminan con la cabeza y la garganta destruidas. ¿Es por la intensidad de esas giras?
Los Tucu Tucu siempre me cuentan que en los 60 y los 70, la época dorada del folclore, cada grupo tenía dos o tres presentaciones por noche. Por una cuestión física, a medida que pasa el tiempo la garganta empieza a resentirse. Si escuchás los primeros y los últimos discos de Los Cantores del Alba o Los Fronterizos, y escuchás las gargantas con tierra de tanto cantar. Yo trato de cuidarme un poco más, pero es difícil: tocamos de jueves a domingo y las distancias son grandes. Tucumán, Santiago del Estero, Corrientes, Buenos Aires, La Pampa, Neuquén... llegás cansado.
¿El de los folcloristas es un ritmo de vida tan movido como el de los rockeros?
Ser rockero es una forma de vida y significa ciertos códigos. En el folclore pasa lo mismo. He visto festivales de rock y me emociona lo que pasa. Y he llevado a amigos rockeros a la Fiesta de la Chala, en La Rioja, y no podían creer las vivencias del folclore. Son dos formas de vida distintas, pero con mucho en común: la gente que se te acerca, los fanáticos...
¿Qué fue lo más insólito que te ofrecieron?
Hice casi tres mil shows: me pasó de todo. Pero no preguntes detalles... porque no te los voy a dar.
Por primera vez en lo que va de charla, Rojas lanza una carcajada. Pero vuelve a su tono medido al hablar de su vida fuera de la música. "Termino de cantar y vuelvo a casa, me gusta estar con mi familia. Tengo tres hijos, de 14, 12 y 10, y tenemos mucho por compartir. En verano me acompañan a las giras. Y cuando nos quedamos en casa -en Anisacate, al sur de Córdoba capital-, tengo mis lugarcitos donde componer". ¿Estado civil? Su apellido le sube a la cara, y murmura: "He tenido tres intentos. Ahora estoy viviendo una historia de amor con mi tercera pareja".
¿Se complica tener una relación estable con una vida tan agitada?
No: a veces uno encuentra a la persona con la que quedarse toda la vida, y a veces no. Cada vez que encaro una historia de amor espero que sea para siempre, pero si no se puede, hay que abrir los caminos. Por eso grabé Un montón de estrellas, de Polo Montañés: nunca había escuchado a alguien en una canción decir che, loco, yo en el amor soy un idiota. Es exactamente lo que siento yo.
Cualquiera pensaría que desde que entraste a Los Nocheros dejaste de tener problemas al respecto.
No, hermano, quedate tranquilo que no. Más cuando se habla del amor de una pareja. Cuando te dan vuelta la cabeza, cualquiera tiene un problema.
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